"Y en esa sola manera de estar solo
ni siquiera uno se apiada de uno mismo''
-Mario Benedetti-
Lentamente levantó la cabeza de la mesa y observó atentamente al grifo y sus
lágrimas perfectamente sincronizadas. Se le antojó una impertinencia que ese
ruido interfiriera en su dolor, que se entrometiera en su momento de silencio y
soledad. Tenía derecho a revolcarse en un silencio absoluto y una soledad
estática. Había perdido a su familia y sus ruidos, y esas gotitas y sus
ruiditos le estaban quitando lustre a su momento de desolación. Pensó que lo
primero que haría a la mañana siguiente sería comprar una junta y reparar la
irritante fuga. Nada se interpondría entre él y el infierno del silencio.
El motor de la nevera arrancó de improviso uniendo su ronroneo a la
percusión del grifo.
Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
¡Inaceptable! La desenchufaría y a la mierda con la comida, que se pudriera
en su interior.
Apoyando la rebelión contra silencio se unió a sus compañeros el termo eléctrico.
Clic bzzzzzz clic
¡Inadmisible! Lo apagaría él no necesitaba agua caliente, no volvería a
salir jamás de la cueva en la que se había convertido su hogar, por tanto que
necesidad tenia de ducharse o afeitarse. A la mierda con el termo.
Encendió un cigarrillo y abrió unos centímetros la ventana, Marina no le
dejaba fumar más que en la cocina con la ventana abierta y siempre y cuando los
niños no estuvieran en allí, fue todo un acto mecánico causado por el hábito y
la repetición, era consciente de que ahora podía fumar donde se le antojara
pero no se atrevía, sabía que se sentiría como un transgresor irreverente.
La cerró de golpe, como si algo en el exterior hubiera amenazado su vida.
¡Maldita sea! ¿Cómo es posible que en un jodido sexto piso se puedan oír los
ruidos de los coches y las voces de los peatones?
Abrió un armario de la cocina para coger un vaso, tenía la boca pastosa y
con un horrible sabor agrio. Las bisagras gimieron.
Ñiiiiiiieeeec
Se despertó acompañado de un terrible dolor de cabeza. Estaba tumbado en el
sofá, aún llevaba el abrigo puesto y un zapato. Una botella de wiski y otra de
vodka reposaban vacías a sus pies. La realidad de lo sucedido el día anterior
le golpeó como una enorme bola de demolición, las lágrimas brotaron silenciosas
y en procesión amarga de sus ojos. Se incorporó lentamente y se percató de que su
mano mantenía aferrada con fuerza una hoja arrugada. Había algo escrito en
ella, la aplanó y observó que habia escrito con letras torcidas y desaliñadas un título y una lista.
Leyó espectante:
Cosas que debo hacer
para eliminar el ruido:
(La lista era un chiste demencial)
-Junta para el grifo.
-Desenchufar la nevera,
-Apagar el termo
-Aceite para las bisagras
-Bloquear las ventanas
-Pegar con cemento siete baldosas
-Localizar y matar al perro
-Apuntalar las bigas
-Arrancar el temporizador de la luz de la escalera
-Reventar el motor del ascensor
-Forrar todas las suelas de los zapatos con felpa (o andar descalzo)
-Taponar el desagüe general del edificio
-Pedir, primero con educación y en caso de que no sean razonables con
contundencia, a los vecinos colindantes, superiores e inferiores que se
muden.
-Comprar más alcohol. (La confección de la lista había terminado con el que había
en la casa).
Se rio primero con unos tímidos siseos, luego con unas carcajadas sonoras y
estridentes.
Se levantó torpemente y rebuscó en un cajón de su escritorio, sacó un rollo
de celo y pegó la lista en la pared principal de la cocina.
No estaba solo, no viviría envuelto en un implacable silencio. Su casa, su
hogar, era pura vida.
Dio los buenos días al grifo y sus brillantes lágrimas cantarinas. Acarició la puerta de la
nevera y esta ronroneó como un gato agradecido. Las bisagras le saludaron con un pícaro chirrido. Hizo bailotear las baldosas que
cacarearon ilusionadas. Las vigas crujieron dando la venia a su paso por sus
espinazos y un clic le comunicó que rebosaba calor a la espera de su cuerpo desnudo.
Examinó durante unos minutos su comportamiento y al hecho de encontrarle un sentido totalmente lógico a comunicarse y convivir con lo que, hasta la fecha, había considerado elementos totalmente inanimados. Este exámen le llevó a experimentar una amarga felicidad y a un descubrimiento inesperado: la soledad le había prorcionado el grado de locura suficiente para otorgarle la oportunidad de cumplir su deseo mas oscuro: ser poeta.
Se dio una larga y cálida ducha, abrió las ventanas y respiró mundo.