A veces no hay palabras ni citas que puedan resumir lo que paso aquel día. A veces el día, simplemente... termina.

domingo, 10 de marzo de 2013

Madre, ¿Aún me ves?




¿Quién soy yo madre? ¿Soy acaso tus esperanzas demolidas. Tus ilusiones ahogadas en vino barato. Tus sueños a la deriva en un pantano de residuos. Tu futuro inmediato de pesadillas. La bailarina que nunca subió al escenario. La cocinera que acabo preparando el rancho para el ganado. La prostituta peor pagada del barrio. La fregona de los váter de la cárcel de los drogados. El borrón más feo en tu foto de familia. La vergüenza que se esconde a los ojos de los divinos en el desván de los desahuciados. La hija prodiga que murió tras un doloroso parto. Tu legado más equivocado. Tu error menos humano. Tu castigo ineludible. Tu peor reflejo en el espejo donde pintas de verde sentencia tus ojos, de roja bilis tus labios. El nombre que se susurra con bochorno las noches de frío invierno en las cenas con amigos. La mancha en tu mejor vestido, el desgarro inoportuno de la sisa de tu camisa, el dobladillo descosido que barre tu mierda a cada paso por la vida. El pensamiento que acelera tu ira. El recuerdo que atormenta tu perfecta estampa?

¿Soy esa? ¿Verdad madre?

Desde tu caleidoscopio de correcciones soy tu fracaso más evidente. El único ser que no pudiste moldear a tu imagen y semejanza con tus dedos amurallados de nervios y huesos. Soy el ángel caído de tu cielo apocalíptico. Soy la apóstata que renegó de tu edén de orgullos autócratas. El acto improcedente que se cagó en mitad de tu jardín de luchas y rencores imaginarios.

Madre, si ahora pudieras ver. Si fueses capaz de mirar más allá de ti, apartando de tus ojos el velo de la furia, la sombra del rencor, el foco del odio que te ciega. Si fueses capaz de sentirte en paz, si fueses capaz de calmar tu vesania innecesaria; entonces madre podrías contemplar lo que de ti surgió a través de mí una madrugada de tibia primavera: Bellos ojos de un profundo azul de mar en calma. Dulces lenguas cantarinas que chorrean a todas horas risas y palabras frescas. Abrazos en las peores horas. Besos oportunamente inesperados. Inocencias ausentes de resentimientos. Preguntas sin dobleces. Amores que matan dolores. Dulzuras que hacen cosquillas en las heridas. Ternuras que enjuagan lágrimas de tristeza. Vida nueva.

¡Oh! ¡Madre! Si tan solo fueses capaz, por un instante callar tu verbo afilado, desterrar tu orgullo tiránico, tu celo envenenado, tu envidia cancerosa, ¡Oh! ¡Madre! entonces, quizás al fin, pudieses comprender que el mundo jamás te declaró la guerra, que luchas contra tus propias quimeras, que matas fantasmas que tú engendras. Que tus tropas son desertoras no de tu cruzada, sino de tu locura malsana, de tu odio sin fundamento, de un injusto rencor que no llego a comprender por qué alimentas con los restos de tus muertos, con las ausencias de los que exiliaste de tu lado.





Double in me
By Caroline Blacksmith-bay