A veces no hay palabras ni citas que puedan resumir lo que paso aquel día. A veces el día, simplemente... termina.

martes, 8 de enero de 2013

La impostura de lo inanimado (II)


"Y en esa sola manera de estar solo
ni siquiera uno se apiada de uno mismo''
-Mario Benedetti-


Lentamente levantó la cabeza de la mesa y observó atentamente al grifo y sus lágrimas perfectamente sincronizadas. Se le antojó una impertinencia que ese ruido interfiriera en su dolor, que se entrometiera en su momento de silencio y soledad. Tenía derecho a revolcarse en un silencio absoluto y una soledad estática. Había perdido a su familia y sus ruidos, y esas gotitas y sus ruiditos le estaban quitando lustre a su momento de desolación. Pensó que lo primero que haría a la mañana siguiente sería comprar una junta y reparar la irritante fuga. Nada se interpondría entre él y el infierno del silencio.
El motor de la nevera arrancó de improviso uniendo su ronroneo a la percusión del grifo.
Brrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
¡Inaceptable! La desenchufaría y a la mierda con la comida, que se pudriera en su interior.
Apoyando la rebelión contra silencio se unió a sus compañeros el termo eléctrico.
Clic bzzzzzz clic
¡Inadmisible! Lo apagaría él no necesitaba agua caliente, no volvería a salir jamás de la cueva en la que se había convertido su hogar, por tanto que necesidad tenia de ducharse o afeitarse. A la mierda con el termo.
Encendió un cigarrillo y abrió unos centímetros la ventana, Marina no le dejaba fumar más que en la cocina con la ventana abierta y siempre y cuando los niños no estuvieran en allí, fue todo un acto mecánico causado por el hábito y la repetición, era consciente de que ahora podía fumar donde se le antojara pero no se atrevía, sabía que se sentiría como un transgresor irreverente.
La cerró de golpe, como si algo en el exterior hubiera amenazado su vida.
¡Maldita sea! ¿Cómo es posible que en un jodido sexto piso se puedan oír los ruidos de los coches y las voces de los peatones?
Abrió un armario de la cocina para coger un vaso, tenía la boca pastosa y con un horrible sabor agrio. Las bisagras gimieron.
Ñiiiiiiieeeec

Se despertó acompañado de un terrible dolor de cabeza. Estaba tumbado en el sofá, aún llevaba el abrigo puesto y un zapato. Una botella de wiski y otra de vodka reposaban vacías a sus pies. La realidad de lo sucedido el día anterior le golpeó como una enorme bola de demolición, las lágrimas brotaron silenciosas y en procesión amarga de sus ojos. Se incorporó lentamente y se percató de que su mano mantenía aferrada con fuerza una hoja arrugada. Había algo escrito en ella, la aplanó y observó que habia escrito con letras torcidas y desaliñadas un título y una lista.
Leyó espectante:
Cosas que debo hacer para eliminar el ruido:
(La lista era un chiste demencial)
-Junta para el grifo.
-Desenchufar la nevera,
-Apagar el termo
-Aceite para las bisagras
-Bloquear las ventanas
-Pegar con cemento siete baldosas
-Localizar y matar al perro
-Apuntalar las bigas
-Arrancar el temporizador de la luz de la escalera
-Reventar el motor del ascensor
-Forrar todas las suelas de los zapatos con felpa (o andar descalzo)
-Taponar el desagüe general del edificio
-Pedir, primero con educación y en caso de que no sean razonables con contundencia, a los vecinos colindantes, superiores e inferiores que se muden.
-Comprar más alcohol. (La confección de la lista había terminado con el que había en la casa).

Se rio primero con unos tímidos siseos, luego con unas carcajadas sonoras y estridentes.
Se levantó torpemente y rebuscó en un cajón de su escritorio, sacó un rollo de celo y pegó la lista en la pared principal de la cocina.
No estaba solo, no viviría envuelto en un implacable silencio. Su casa, su hogar, era pura vida.
Dio los buenos días al grifo y sus brillantes lágrimas cantarinas. Acarició la puerta de la nevera y esta ronroneó como un gato agradecido. Las bisagras le saludaron con un pícaro chirrido. Hizo bailotear las baldosas que cacarearon ilusionadas. Las vigas crujieron dando la venia a su paso por sus espinazos y un clic le comunicó que rebosaba calor a la espera de su cuerpo desnudo.
Examinó durante unos minutos su comportamiento y al hecho de encontrarle un sentido totalmente lógico a comunicarse y convivir con lo que, hasta la fecha, había considerado elementos totalmente inanimados. Este exámen le llevó a experimentar una amarga felicidad y a un descubrimiento inesperado: la soledad le había prorcionado el grado de locura suficiente para otorgarle la oportunidad de cumplir su deseo mas oscuro: ser poeta.

Se dio una larga y cálida ducha, abrió las ventanas y respiró mundo.










2 comentarios:

  1. Al final, la ventana descoprime, no?

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  2. Coincido con Darío, la ventana es un ráfaga, la necesaria para poder continuar adelante, de la mano de ciertos versos, claro.

    Beso

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